Llombera
fue un pueblo con gran tradición de carnavales. Antiguamente
se denominaba “antruejo”. Comenzaba el sábado
anterior al martes de carnaval. Los escolines salían con
la bandera por todo el pueblo, pidiendo por las casas. Cuando llegaban
a la puerta cantaban:
“En
estas puertas estamos
dispuestos para cantar
si el señor nos da licencia,
ya podemos empezar.
¿Cantamos o no cantamos?”,
(preguntaban los guajes).
Respondía
la señora: “Cantad, hijos, cantad”.
Continuaba la canción:
“Danos huevos o torreznos
o dinero para pan,
para mantener la gente
que trae nuestro capitán.
Capitán
soy de las armas
y primo de un general,
cien batallas he vencido,
a fuerza de pelear.
Si algún gallo me da guerra
yo lo tengo de matar,
con la punta de mi espada
vivo lo tengo de asar.
Yo soy el gato Murón,
el que mura los ratones.
Los pequeños se me escapan
y los grandes se me esconden”.
(Cuando
la señora de la casa salía con lo que iba
a dar, los niños seguían cantando…)
“Alegraos,
compañeros,
que ya la vemos venir
con el torrezno en la mano
y los huevos en el mandil.
(Si
se daba el caso de que diera NO, se le
cantaba:
“Esa vieja viejarrona,
que vive en ese portón
trae una cáscara en el culo
que le pesa un cuarterón.”
(Se
daba pocas veces el caso, pero alguna vez se dio)
“Somos
niños de la escuela
y a usted gracias le damos,
y a Dios le pedimos
que volvamos muchos años.”
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Cuando
ya habían recorrido todo el pueblo, llevaban lo que habían
recaudado a una casa y varias madres preparaban una comida para
todos los niños, el domingo.
El
martes de Carnaval
Por la mañana, vestidos de gitanos y gitanas,
salían adultos y guajes recorriendo el pueblo. También
se llevaban burros y caballos, representando una auténtica
gitanada.
Para
disfrazarse de gitano, la indumentaria constaba de: sombrero, traje
de chaqueta, llamativa corbata y una buena cacha. También
se pintaban unas grandes patillas y un buen bigote. A falta de pinturas,
solía hacerse con un corcho quemado.
Para
disfrazarse de gitana, la indumentaria constaba de pañoleta
en la cabeza con una rosa de papel (que ellas mismas confeccionaban),
mantón o pañuelo sobre los hombros, blusa, saya o
falda de volantes y mandil.
Si
regresamos en nuestra memoria a aquellos años de nuestra
infancia, todos recordaremos con añoranza y nostalgia la
ilusión que suponía que nuestras madres nos permitieran
pintarnos por primera vez los labios rojos, unos llamativos rasgos
negros en los ojos y el consabido lunar, que con la punta de un
lápiz (rascándolo en una caja de cerillas) hacía
que nos sintiéramos guapísimas y sobre todo tan mayores.
Era
habitual que algunas mujeres, aprovechando que no era bien visto,
usaran pantalones y se disfrazaran de gitanos. Y a la inversa.
Se
recorría todo el pueblo, pidiendo por todas las casas, pan,
chorizo, bacalao, tocino, huevos, etc. Y se cantaba la canción
del martes de carnaval:
“El
martes de carnaval, de gitana de me vestí
entré en un salón de baile
y a mi novio descubrí.
Gitana mía, gitana,
Gitana mía, por Dios,
Echa la buena ventura,
La suerte que tengo yo.
La
suerte que tienes tú,
Te la voy a decir yo,
Eres y alto y buen mozo,
Y tienes buen corazón.
Sólo tienes una falta,
Que eres falso en el amor.
Tienes
dos comprometidas,
Comprometidas de amor,
La una es alta y morena,
La otra más rubia que el sol.
No
te cases con la rubia,
Que serás un desgraciao,
Cásate con la morena,
Y serás afortunao.
Pero Pepe no hizo caso
Y con la rubia se casó,
Y a eso de los nueve meses,
A Pepe ya le pesó.
Adiós
Pepe, que me voy,
Que mi familia me espera,
Si quieres saber quién soy,
Soy tu novia, la morena”.
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... Cuando se terminaba de pedir, se llevaba todo
a la plaza de la iglesia (la cruz), donde se migaban las hogazas
de pan y se preparaban el resto de ingredientes para hacer las sopas.
Se hacía una buena lumbre con leña de roble y cuando
había una buena chosca, se colocaban las estrébedes.
Y encima una caldera de cobre con agua, donde se cocinaban las sopas
de carnaval. Éstas también se acompañanaban
de exquisitas tortillas de chorizo, todo ello regado de buen vino.
“La
alegría de la bota,
Que al pasar de boca en boca,
A todo el mundo entona”
Todo
el pueblo, provisto con su plato
y su cuchara, participaba de esta deliciosa comida. También
los mineros, que salían entonces del trabajo, se unían
al festejo y las sopas que sobraban, se llevaban para casa en escudillas
de barro, especialmente para las personas enfermas que no podían
acudir.
Sin
olvidarnos de la magia de la música, que a ritmo de pandereta,
gaita y tambor, ponía fin a este entrañable martes
de carnaval.
-Robar
el pote
También
existía una arraigada costumbre que consistía en “robar
el pote” de las casas ajenas al menor descuido.
Cualquier vecina podía entrar en la cocina y hacer acopio
de la comida (pote) que se tuviera ese día en el fogón.
Refiriéndonos
a esta costumbre, relatamos una anécdota verídica.
“Estando
Emilia y Pilar en la Era Redonda, vieron cómo Clarisa y otras
estaban entrando en las casas para robar el pote, ocasión
que ellas aprovecharon para entrar en la cocina de Clarisa para
sustraerle su comida. Emilia se lo pasaba a Pilar por la ventana
y ésta, a través de la tapia, se lo pasaba al tío
Santos, que también colaboró en esta divertida broma.
Por
la noche, se iban disfrazadas de gitanas al salón de baile.
TRADICIONES DE CARNAVAL
- Representación del Toro
Se cree que comenzó a hacerse en Llombera con Herminio López,
que era de Velilla de la Reina, donde era originaria esta costumbre.
Consistía
en hacer el armazón del cuerpo del toro con madera y mimbre,
formando una especie de cilindro, donde se metían dos personas.
Y se revestía con pieles de cabra, a la que se unía
la cornamenta de un animal. Una vez terminado, acompañado
de toreros, entraban en el salón de baile, que para darle
más emoción, apagaban las luces antes de su aparición.
Al encenderlas de golpe, el toro simulaba sus embestidas con gran
alboroto, especialmente para los más pequeños. Todos
los niños se subían en los bancos y las ventanas del
salón de Aureliano.
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Representación de la Muerte
Consistía en representar a un muerto tumbado en una escalera,
con la cara pintada de blanco, permancenciendo lo más inmóvil
posible. El Muerto iba portado por cuatro personas, que representaban
una calavera. Cada uno de ellos llevaba una sábana blanca
con un pequeño agujero para ver, y en la mano llevaban la
calavera a la altura del pecho. Dicha calavera se hacía con
una escudilla de barro (vasija), a la que con una punta se agujereaban
dos huecos, simulando dos ojos y una boca. Se forraba por dentro
con celofán rojo y se le metía una vela encendida.
Cuando entraban en el salón, se apagaban las luces y el efecto
resultaba ser bastante impresionante.
Sobre
esta representación citaremos una anécdota:
“Estando
un matrimonio en su casa (que por cierto, vivían bastante
cerca del cementerio), llamaron a la puerta. Eloína abrió
la puerta. El susto y la impresión fueron notables y dirigiéndose
al marido, dijo: “¡Ay, Genaro, tenemos la Muerte en
casa!”, a lo que el hombre respondió: “¿Qué
le vamos a hacer, mujer?”, refugiándose uno tras otro...
-
Los caretos (máscaras)
Consistía en disfrazarse con trapos, lo primero que se pillaba,
rebuscando entre las ropas que ya no se usaban, pero sobre todo,
lo principal era llevar la cara tapada con caretas. Se procuraba
especialmente disimular la constitución física de
cada uno: si eras bajo, simulabas ser alto, si eras delgado, ser
gordo, etc. La mujer representaba ser hombre y a la inversa. Muy
importante era disimular los andares de cada uno, por los que podrían
reconocerte.
En
una ocasión, dos caretos (en este caso eran mujeres) entraron
en una casa dispuestos a hacerse pasar por hombres. Cuando el anfitrión
de la casa les ofreció tomar unas copas, las aceptaron sin
privarse e incluso jugaron a las cartas como auténticos machotes.
Aunque la vuelta a casa no debió de estar exenta de dificultades.
Pasando el tiempo confesaron que las escaleras las habían
subido a gatas, eso si, con gran orgullo de no haber sido descubiertas.
Se
recorría el pueblo entrando en las casas, donde intentaban
reconocerte. Si lo conseguían, se quitaban la careta, con
gran alborozo para los anfitriones de la casa. Las caretas generalmente
eran bastante terroríficas, para pesadilla de los más
pequeños.
No podemos dejar de mencionar que en esta práctica, hasta
bien pasados los años 70, no estaba exenta de riesgo. Más
de un susto y alguna que otra carrera le costaba a más de
uno, cuando se encontraba de frente a los guardias, ante la prohibición
de llevar la cara tapada por aquellos años.
ANÉCDOTAS DE CARNAVAL
En esta ocasión se hizo una representación de un auténtico
bautizo en el caño. Una pareja, que eran asturianos, tenía
una perra pequeñina: la vistieron con todas las ropas de
bautismo, con padrinos y cura incluido, sin que faltara los confites
tradicionales de un bautizo, para alborozo general de los guajes.
Se hizo otra representación de una gitanada. Pilar, Tenta,
Elvira, María, Eva... sacaron los colchones de lana de sus
casas, los pusieron encima de los burros y ellas montaron encima,
rodeadas de guajes. Como auténticas gitanas de entonces fueron
por el pueblo, terminando con la acampada en la cruz, con la lumbre
en el suelo, como un auténtico campamento gitano.
Domingo
de Piñata
Era
el domingo posterior al martes de carnaval por la noche en el salón
de baile se forraba con papel de colores una pollera (andador con
forma de campana de mimbre que antiguamente utilizaban los niños
para aprender a andar). La pollera se llenaba de cintas que colgaban,
éstas estaban numeradas, cada pareja en el baile iba pasando
por debajo y tiraba de una cinta, después se hacía
una rifa y los agraciados recogían con gran entusiasmo el
premio.
Un
especial recuerdo a todas aquellas personas que con su participación,
creatividad, alegría, originalidad y buen humor, formaron
parte de este festejo, contribuyendo a través de los años,
a crear la historia de lo que fue el carnaval en Llombera.
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