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Extraídas del libro “
Una historia en imágenes” de
Alfonso García Rodríguez. |
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En el exterior trabajaban algunas mujeres que, en
términos generales, recibieron un trato correcto de sus compañeros,
según me cuenta una que trabajó de frenista. “Sólo
uno se puso muy pesao conmigo…”.
-Tienes que ser la madre de mis hijos…
- Que las vas a llevar…
Y el hombre insistía una y otra vez. Y aparecía entre
los vagones, llenándola de piropos y deseos de matrimonio.
-Que yo no te quiero, que las vas a llevar…
Y tanto insistió, que las llevó.
La frenista le sacudió con el bulón de enganchar en
el estómago. Todos pensaron que lo había matado.
Vivo, sin embargo, no volvió a la carga. Buscó otra
madre para sus hijos. (Foto: 30 de mayo de 1943, en la Mina del
Oro. Sobre la vagoneta, Antonio de Naredo y Santos el de Coladilla.
En la mula, Pepe el Randa. La mujer es Concha de Celis).
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Llega
a trabajar un chaval nuevo. Y al ver una imagen (minero con hacho)
parecida a ésta preguntó, extrañado: “¿para
qué llevan el hacho?”. Y esta fue la respuesta, rápida:
“Para cortar el chorizo de la comida, que ahí dentro
se pone bastante duro”. Y el chaval se alejó pensativo.
(foto de 1953, el picador Genaro Coque en el Grupo Competidora).
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La
mula siempre resultó algo entrañable para la mayoría
de los mineros. No es de extrañar, pues, que una gran parte
guarde este recuerdo, que también tiene que ver con el
P. de los Ríos. Éste, en uno de sus famosos bocadillos
anunció la supresión de todas las multas existentes
en ese momento, excepto una: la que tenía que pagar “el
de la mula”. ¿Quién era? Pues alguien que
había pegado a una mula con un pasador, hecho que produjo
al animal considerables heridas. Y es que hubo quien no las consideraba
nada. Desde el que se lamentaba de la aparición del ruston
por no poder darles patadas hasta aquél que, apenas se
rompía una pata, ya decía que había que matarla
y venderla en el economato. “¿y cómo la mata?”,
le preguntó en cierta ocasión el jefe. “Fácil”,
fue la respuesta. “Le ato medio cartucho a la oreja y prendo”.
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Eduardo Brugos |

Luis Modino |
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Siguiendo con las mulas, ésta de la imagen es la
última que existió en la empresa. Fue sacrificada
el 18 de noviembre de 1992, a las 9,30. Procedente del pozo Eloy
Rojo, estaba en el grupo de Ciñera. Su última misión
consistía en transportar la dinamita a dicho grupo por el
transversal del Valle. Algunos de estos animales pasaron a la pequeña
historia. Tal es el caso de la muerte en 1921, de la mula Generala,
o de los machos Tordo y Lucero. Uno de estos murió en el
accidente del Socavón, en 1952, y su cuadra estaba dentro.
Se le conocía por Romero.
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Los de los extremos son Francisco Villalba y Andrés Manzano,
el 27 de septiembre de 1962 con la mula Jardinera, que
ese día se mató al caer por el hueco de la jaula.
Hace algunos años que, por la tarde, quedaba como jefe
de grupo el llamado plantilla. A éste le pidió
el jefe de grupo que, en caso de accidente, había de señalar
algún testigo, medida que pretendía explicar algunas
de sus causas y aplicar más correctamente algunas normas
de seguridad. En esta ocasión, se mancó un vagonero.
Y éste fue el parte del plantilla: “Sobre las seis
y media de la tarde del día… se accidentó
el vagonero… Testigo, la mula”. Claro, que bien mirado
no parece nada extraordinario. Porque había una mula, de
nombre Naranja, que contaba los vagones. Cuando alguien
enganchaba uno de más ni se movía. Parecía
ponerse en jarras, con gesto de caprichoso enfado, y esperar a
que alguien le “preguntara” las razones. Entonces
se giraba y caminaba dando por cada vagón una cabezada.
Se detenía siempre en el mismo. Nunca llevó uno
de más.
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Las
mujeres han tenido diversas funciones. Paralelamente a la empresa,
las carboneras –de especial incidencia en la literatura
minera- acudían a las escombreras a recoger carbón
que después vendían. He aquí un grupo de
ellas, en una escombrera muy próximas al Grupo Fábrica
de Santa Lucía, hacia 1952.
En la primera fila, por arriba, Nina Sarabia y Amparito Martínez.
En la segunda, Pilar Sarabia, Isabel Prieto, Sinda Ordóñez
y ?. En la tercera, Elena Fernández, Concha Fernández
y Fidela Martínez. En la última fila, Rosario “la
de León” y Mari Garrido.
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La
vuelta a casa tenía a veces, su peripecia. Desde jugarse
unos porrones a los bolos en el camino (285), hasta resguardarse
de la lluvia, descansar del pedaleo y refrescar un poco. La primera
foto fue tomada en Matallana en 1956. La segunda, una año
antes, en Puente de Alba. José Linacero, Avelino Boris y
Marcelino Suárez regresan a Llanos. Como llovía mucho
y los pedales se hacían pesados –obsérvese uno
en la parte baja de la imagen-, nada mejor que un campano para que
no se queden secos por dentro. Después de la ducha hay tiempo
para el humor. 1956. |
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Cuentan de un visitante madrileño que en la primera dependencia
que entró fue precisamente en ésta.
Salió rápidamente y no quiso continuar la visita.
Preguntado por ese cambio tan brusco, ésta fue su escueta
respuesta: “¿Por qué hay tantos hombres colgados
ahí dentro?”.
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Éste
era uno de los botes –los botes del pago- con el número
correspondiente de cada trabajador, en que se introducía
la paga mensual. Según cuenta Secundino Serrano, el 12
de noviembre de 1943 un grupo de maquis asaltaron al pagador de
la Hullera Vasco Leonesa en el Grupo Competidora. Los botes aparecieron,
con el tiempo, esparcidos por el monte. El dinero no
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Hulleras
de Ciñera tuvo su propia moneda, por razones de seguridad
y de coste. Cuando se fusionaron, Hulleras Vasco Leonesa la mantuvo
durante muchos años.
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Fotografiarse
junto a una máquina, en grupo o individualmente, siempre
fue una ilusión, como se desprende de ésta imágen.
Es del año 1914. El que está solo es Pedro Antonio
Rodríguez
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Restos
de los antiguos Casetones de Ciñera, muy cerca de las bocaminas.
Fue
el primer poblamiento minero de la zona.
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El
reloj de Matallana es muy antiguo. Los más viejos del lugar
lo recuerdan de siempre.¿No llegará al siglo? Lo
cierto es que fue el primero en utilizarse para fichar. Algunos,
según cuentan, no sentían especial preocupación
por ello, como el reloj era francés… la realidad
les demostró que sí entendía, de horas y
minutos al menos.
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