Es
tradición el asentamiento de mozárabes por
pueblos de la montaña leonesa, cuando en los siglos
IX y X los cristianos de las tierras del sur tomaron
sus enseres y sus hijos y se vinieron de Al-Andalus.
Varias familias llegaron a Peredilla y Llombera
con ansias de libertad a repoblar estas aldeas
pastoriles y labrantinas y entre ellos vinieron maestros
pañeros y curtidores. Una moza zarca, bellísima
mozárabe de ojos glaucos que tejía lienzos
en su taller artesano de Peredilla dio motivo para una hermosa
leyenda cuyo canto poético se repite por algún
otro lugar de Gordón.
Cuéntase
que cuando un rey leonés pernoctó en el castillo
de Gordón, camino de las Asturias, que tuvo que ser
Don Ramiro II en el año 950, uno de los nobles de
su comitiva supo de la existencia de la guapa mozárabe
en la cercana aldea de Peredilla y resolvió raptarla
de noche y burlarla.
Al
cabo de los meses la moza trajo al mundo dos niñas
de ojos azules que aprendieron de su madre el oficio de
tejedoras de paños.
El guapo noble de la corte real tenía sobre su alma
el peso de su acción opresora sobre la moza y quiso
remediar en parte sus consecuencias instalando a madre e
hijas un taller de lienzos y estameña, con crecidas
reservas dinerarias, cuya economía floreciente se
cuidaron ellas muy bien de guardar camino de Llombera, y
que ahí está y ha dado motivo para caldear
la imaginación popular en estas estrofas:
Entre Tamba, Tambica y Tambicòn,
las tres colladas que son,
hay un tesoro que vale
más que la ciudad de León
con toda su guarnición.
El que lo ha de encontrar tiene que ser pata de oveja, punta
de reja y moza gaceta.
De
ahí que la tradición sostenga que contara
Peredilla con un afamado taller de lienzos donde trabajaban
varias mujeres que llamaban
las tejedoras. Se ubicaba este taller donde hoy se emplaza
el chalet del profesor don José Luis Rodriguez Arias,
que ha respetado el antiguo nombre de la vieja edificación
y ha fabricado a forja el título de Las Tejedoras.